La demanda de carne en el mundo no deja de aumentar. Se ha triplicado desde 1980, y sigue el ritmo dictado por el crecimiento de los mercados. Sacrificamos al año más de 56 millones de animales, y esto sin contar con los animales acuáticos. Y lo peor es que las previsiones no dejan de aumentar.
Tres de las consecuencias más graves de este aumento del consumo de carne, y que pretendemos abordar en este artículo, son: el deterioro medioambiental que supone la ganadería industrial; los problemas de salud asociados (por contaminación, y problemas en la salud humana); y por último, y no menos importante, la flagrante agresión a los animales que supone un modelo de producción obsesionado en las ganancias, que subordina a este cualquier otra consecuencia, incluso el dolor, el hacinamiento y la muerte de animales. Esto debería merecer una importante reflexión individual y un debate político y social, teniendo en cuenta que en la actualidad hay alternativas alimentarias más ecológicas y rentables (sobre todo éticamente, medioambientalmente y desde el prisma de la salud).
El deterioro ambiental de la ganadería industrial
Criar, alimentar y sacrificar semejante número de animales, es imposible sin la herencia fordista y taylorista que nos ha regalado el capitalismo y el libre mercado; que ha conseguido adaptar a sus anticuadas leyes algo tan esencial como la alimentación.
El hacinamiento del ganado vacuno en los CAFO o criaderos industriales, así como las grandes naves avícolas de gallinas ponedoras, o macrogranjas porcinas, ha supuesto una revolución alimentaria y económica que ha permitido aumentar la producción, el consumo de animales –y paralelamente su sufrimiento– a la vez que encontraba maneras de alejar al consumidor de la realidad más cruda, del lado oscuro de este modelo de producción. Un modelo agroindustrial sucio y contaminante basado en monocultivos y combustibles fósiles, que ha cambiado la dieta de los animales para que sean más productivos, y nos salga en definitiva, más rentable su sacrificio.
Como dijo Michael Pollan: “El maíz es lo que alimenta al buey que se convierte en un chuletón. El maíz alimenta al pollo y al cerdo, al pavo y al cordero, al bagre y a la tilapia, y cada vez más incluso al salmón, un carnívoro por naturaleza al que los piscifactoreros están reprogramando para que tolere el maíz. Los huevos están hechos de maíz. La leche, el queso y el yogurt, que en otro tiempo provenían de vacas lecheras que pastaban en el campo, ahora suelen venir de vacas frisonas que se pasan la vida encerradas, conectadas a una máquina, comiendo maíz.”
Un modelo agroindustrial que depende del maíz, de la soja y de los combustibles fósiles y sus fertilizantes. Un modelo, que como el crecimiento económico, agrava los problemas medioambientales y el cambio climático.
Problemas de salud
El modelo ganadero actual genera graves problemas de salud a los seres vivos del planeta y a sus ecosistemas.
Por contaminación
La contaminación del suelo por purines y residuos fecales genera graves daños a los ecosistemas y las zonas en las que se implantan las macrogranjas. Estos productos de desecho acaban contaminando el agua y el suelo, acidificándolos y contribuyendo a la desertificación. Pero también contribuyen a la contaminación atmosférica hasta el punto que la gente que vive cerca de estas instalaciones difícilmente puede soportar el olor que emana tanta concentración de animales, así como las malas prácticas que se llevan a cabo en muchas de estas instalaciones ganaderas.
Su responsabilidad en la contaminación atmosférica y el cambio climático es considerable, y cada vez lo será más. Como escribíamos en Hábitos saludables (2020):
El metano es conocido principalmente por sus consecuencias a nivel del efecto invernadero, junto con otros gases como el CO2.
Se origina por descomposición de la materia orgánica sin presencia de oxígeno, como puede pasar en nuestro intestino cuando algunas bacterias anaerobias hacen la digestión de la fibra de las legumbres o la verdura.
Las vacas lo generan naturalmente, así como otros mamíferos (contaminación “natural” que se podría reducir con una menor demanda y consumo carne). Pero la principal fuente de contaminación es antropogénica (combustión de carbón o materia orgánica en condiciones anaeróbicas, y las actividades agropecuarias).
Se estima que las actividades agropecuarias (que incluyen ganadería, agricultura y apicultura) aportan más del 80% de la contaminación atmosférica producida por este gas. No solo cuenta el metano excretado por las cabezas de ganado bobino, ovino o caprino, sino también cuenta el gasoil utilizado para transportar el ganado, los piensos, los fertilizantes…
Hábitos Saludables (2020). Luis Aguilar
Otros impactos ambientales
Derivado de las exigencias del sistema agroindustrial, deviene otro segundo gran impacto: el de la pérdida de bosque y espacio natural para destinarlo a monocultivos de soja y maíz que a su vez alimenten a los grandes estómagos de ganado que luego pasarán a formar el chuletón al punto. La cinta de lomo de cerdo. O el pollo asado.
Este impacto es altamente significativo en países subdesarrollados, como Brasil, India, y América Latina, que cada vez destinan más superficie a satisfacer las necesidades exportadoras de carne que demanda su población en crecimiento, o si se quiere, el imponente libre mercado global. Pero no nos engañemos, en España también sufrimos las consecuencias negativas de esta deriva, pues cada vez más, China se posiciona como un demandante del Western way of life, y nosotros nos hemos querido subir al carro de deterioro de nuestra superficie nacional para seguir alimentando las balanzas de la agroindustria cárnica.
El consumo directo de carne
El aumento de la producción y el consumo de carne, no puede justificarse por recomendaciones o evidencias para la Salud: es justo todo lo contrario.
Tenemos evidencias de que carnes rojas y procesadas se relacionan con un aumento de la incidencia de cáncer y otras patologías muy poco interesantes (Huang y Liu, 2019). La dieta está estrechamente relacionada con la patogénesis del cáncer colorrectal: una dieta rica en grasas aumenta la concentración de ácidos biliares y daña la barrera intestinal y su función. La carne roja y una dieta alta en proteínas favorecen la formación de metabolitos de nitrógeno y azufre, que son beneficiosos para el crecimiento de bacterias proinflamatorias intestinales. La OMS atribuye unas 34.000 muertes anuales por cáncer a las dietas ricas en carnes procesadas.
Y también se ha relacionado con la obesidad y otras enfermedades cardiovasculares.
Como consumidores –nos recuerda Aitor Sánchez–, comemos animales socialmente porque tenemos la creencia social de que es necesario. Una vez que sabemos que no es necesario, el consumo de animales se convierte en una verdad algo incómoda porque nos damos cuenta de que es un acto recreativo que mantenemos por puro egoísmo.
Vulneración de los derechos de los animales
A todo esto, hay que sumarle la recurrente violación de los derechos de los animales que perpetramos cada día en pro del crecimiento económico y el progreso.
Y esto ocurre, porque la máxima evolución del movimiento animalista ha consistido globalmente en un «bienestarismo animal» que confiere derechos morales a los animales, pero en una escala inferior a la de los humanos. De tal manera que «El bienestarismo puede evitar determinadas formas ciertamente gratuitas de crueldad –actos sin sentido de violencia o maltrato– pero resulta muy ineficaz cuando se confronta con casos de explotación animal en los que hay en juego algún tipo de interés humano reconocible, incluso el más trivial (como el de la experimentación de cosméticos) o el más venal (como el de ahorrarse unos céntimos en la cría intensiva de animales)». (Donaldson y Kymlicka, 2018).
Coincidimos con ellos en que para progresar hacia la protección de los animales necesitamos superar el bienestarismo y el holismo ecologista para crear un marco moral que reconozca a los animales como titulares de determinados derechos invulnerables. En palabras de los autores: «Una extensión natural del concepto de igualdad moral que subyace a la doctrina de los derechos humanos.»
El futuro de la industria cárnica
A modo de conclusión, pensamos que la industria cárnica del futuro está en la obligación de devolver la soberanía alimentaria a las personas. Ser realmente sostenible. Y esto implica asumir ciertos límites ecológicos y físicos que tiene el planeta. No podemos crecer indefinidamente. No puede aumentar el consumo de carne indefinidamente. Y además, no es deseable, sostenible, ni lo que desamos la mayoría. Tampoco es saludable.
En vista de todo esto, parece que el futuro de la industria cárnica está obligado –ya no solo por los principios de responsabilidad social empresarial- sino por los dictados de sus clientes y por las obligaciones éticas; a cambiar el rumbo de la producción de carnes y derivados, hacia sustitutos vegetales a base de cereales y legumbres principalmente. Pues pueden ser más saludables, y por supuesto más sostenibles y encajar en un mundo, en el que se repartan mejor los recursos, y haya menos desechos y contaminación para las próximas generaciones.
Bibliografía
Donaldson, S., y Kymlicka, W., Zoopolis: una revolución animalista. Madrid, Errata Naturae, 2018.
Huang, P., Liu, Y., «A Reasonable Diet Promotes Balance of Intestinal Microbiota: Prevention of Precolorectal Cancer», Biomed Res Int, 2019; Article ID 3405278, pp. 1-10.
Pollan, M., El dilema del omnívoro. En busca de la comida perfecta. Debate, Barcelona, 2017.
Sánchez, A., Tu dieta puede salvar el planeta. Madrid, Planeta, 2021.