En ocasiones, los términos pseudociencia y terapias alternativas, también conocidas como terapias naturales u otros nombres, se usan indistinta e indiscriminadamente, aunque no son exactamente lo mismo.

¿Qué son las pseudociencias y las terapias alternativas?

Podemos definir las pseudociencias como aquellas ramas de conocimiento que no se basan en los principios ampliamente reconocidos del método científico. Es decir, es cualquier creencia, postulado o afirmación, que se presente y vista de empírica, pero que es incompatible con sus principios definitorios (los de la ciencia). Este amplio conjunto de corrientes, teorías y divagaciones pseudocientíficas, es lo que ha dado pie, y ha permitido la proliferación en la actualidad de tantas -diversas y coloridas- terapias alternativas.

En toda ciencia auténtica hay cuatro características distintivas: mutabilidad, compatibilidad con el grueso de los conocimientos precedentes, intersección parcial con –al menos– alguna otra ciencia y control por parte de la comunidad científica. La primera condición deriva del hecho de que no existe ninguna ciencia “viva” sin investigación, y la investigación suele enriquecer o corregir el fondo de los conocimientos. En suma, la ciencia se va modificando, es eminentemente mutable. Por el contrario, las pseudociencias y sus ideologías de fondo se hallan estancadas (como la parapsicología), o cambian bajo la presión de grupos de poder o por efecto de disputas entre facciones.

Mario Bunge. Las pseudociencias, ¡vaya timo!

Características

Las pseudociencias

  • No tienen consistencia interna y externa. Contienen contradicciones lógicas considerables y no se integran con otras ciencias.
  • No aplican el método científico, aquellos cuya validez pueda aceptarse con independencia de las expectativas del observador. ​
  • Suelen ser dogmáticas. Sus principios están planteados en términos tales que no admiten refutación, a diferencia de las ciencias.
  • Proclaman teorías para las que no aportan pruebas empíricas, que a menudo contradicen lo que la comunidad científica considera ampliamente aceptado, rozando incluso lo evidente.
  • Al no tener bases experimentales, no cambian incluso ante nuevos descubrimientos. Lo que dice el gurú de turno, suele ir a misa. Son inmutables.
  • Utilizan ante el público un lenguaje ambiguo, o emplean términos que tienen un significado preciso en ciencia con sentidos totalmente diferentes.
  • No cumplen la estrategia de la navaja de Occam (también conocido como principio de parsimonia)
  • Descalifican las críticas por parte de las ciencias, a menudo utilizando falacias ad hominem, aduciendo conspiraciones o proclamándose objeto de persecución cuando sus planteamientos son rebatidos.
  • Invocan entes inmateriales o sobrenaturales, tales como fuerza vital, creación divina, inconsciente metafísico…
  • Sus defensores suelen hacer poco esfuerzo para desarrollar una teoría que supere los problemas a los que se enfrenta. Carecen de la vocación autocrítica propia de los científicos verdaderos.

Las terapias alternativas

Muchas de las características anteriores son atribuibles a estas terapias alternativas a la medicina oficial. Pero su peculiaridad radica en que muchas adquieren nombres propios, y maestros o creadores, cuyos partidarios defienden a capa y espada, no con los argumentos de la razón o la ciencia, ni la retórica, sino con otro tipo de argumentos de menos prestigio y perspicacia, pero que en ocasiones calan sobre determinadas personas sin armas o medios suficientes para contrastar críticamente estos discursos falaces; o, en otras ocasiones, son personas que, movidos por una enfermedad fatal, recurren a curanderos o vendedores de humo que les promete la curación (cuando suele ser complicado) y por si fuera poco, no poseen ni los conocimientos ni la formación para ofrecer dicho asesoramiento o terapia. Es decir, en la mayoría de casos estamos ante casos flagrantes de intrusismo profesional (gente que se hace pasar por profesional sanitario sin serlo).

Hay numerosas terapias alternativas, y no vamos a entrar a profundizar sobre ellas, al menos no en este artículo, en el que pretendemos ofrecer una imagen fugaz de las características de estas terapias. Pero no podemos omitir una de las más conocidas, como es la homeopatía. Un tratamiento placebo que se ha demostrado que no funciona para las pretendidos usos que quieren hacer sus defensores. Y que para sonrojo de médicos y ciudadanos, cualquiera puede comprar y adquirir sin dificultad en una farmacia cercana. ¿Qué puede hacer la ciencia contra el aciago destino del auge de los mercados de suplementos y pseudofármacos? La batalla entre ética y capital hace tiempo que sabemos quién la va ganando actualmente.

A continuación hablaremos de los riesgos para la salud, pero para prevenirlos, es importante una dosis concentrada de pensamiento crítico y educación en materia de salud, alimentación, psicología, actividad física… Porque si no, estaremos a merced de comerciantes y publicistas sin escrúpulos que no dudan de hacer un negocio de la salud de las personas.

Riesgos para la salud

Este tipo de planteamientos pseudocientíficos, conllevan un riesgo evidente para la salud de las personas que “confían” en ellos. Principalmente, porque sus métodos y sus recomendaciones no están basadas en la evidencia, como está el resto de la medicina, o cualquier terapia de salud actual contrastada. Y en segundo lugar, pero no menos importante, porque al ponerse en manos de estas supercherías, estamos eludiendo un tratamiento más eficaz y efectivo sobre la dolencia que les afecte. Que en ocasiones, puede ser tan simple y sencillo como no hacer ni tomar nada.

Por lo tanto, nuestra recomendación y conclusión a este artículo, no puede ser otra que evitar siempre que podamos las pseudociencias, y escuchemos y participemos del consejo, y el consenso que nos ofrece la medicina; la medicina basada en la evidencia, y la ciencia.

“Mientras que la ciencia está llena de problemas, y cada uno de sus hallazgos trae consigo problemas nuevos, la pseudociencia se caracteriza por la seguridad. La ciencia engendra más ciencia, pero la pseudociencia es estéril, puesto que no genera problemas nuevos.

La pseudociencia es siempre peligrosa porque contamina la cultura y, cuando concierne a la salud, la economía o la política, pone en riesgo la vida, la libertad o la paz.”

Mario Bunge

De nuevo, coincidimos con Bunge cuando refiere que:

“Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición y la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de masas; están demasiado ocupados con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las siguientes razones. Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera -lego o científico- hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica. Segundo, el surgimiento de la superstición, la pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma científica y, tal vez hasta de ser utilizados como indicadores del estado de salud de una cultura.

Referencias bibliográficas

Mario Bunge. Las pseudociencias ¡vaya timo! Laetoli, Pamplona, 2ª ed, 2017.

Nota

En el directo de Instagram del jueves 25 de Noviembre -que todavía puedes ver en diferido-, hablamos de varios libros para ampliar información sobre este tema. Los citamos aquí también por si quieres ampliar información. Dos de esos libros son “Mala Farma” y “Mala ciencia” de Ben Goldacre, y el tercero es “Cómo se aprueban los tratamientos” publicado por la OMS en 2010 y que lo puedes leer gratuitamente aquí.